CRÓNICA RUTA MÍTICA 2009 ( By Javi el penúltimo)
A pesar de los imaginativos esfuerzos de Orzowei por presentar la ruta del sábado como muy atractiva –buena temperatura, bonito paisaje, compromiso de ir a un paso tranquilo, etc.- faltaron en el momento de la salida Miguel –que ya sabemos que está con la pretemporada en la alta montaña-, Lospi –ya casi listo para dar caña de nuevo-, Pitu –que se está tirando al barro-, Mauri –que hace más guardias que un recluta en Melilla-, Cuchi –con la mente puesta en las competiciones regionales-, Pabli –que va sobrao aunque salga dos veces al mes-, Piolo –con las salidas “margarita”: ora me toca, ora no me toca-, Ruben –también con sus asuntos competitivos- y Paco San Fran –que creo que por una vez no le molestamos en su descanso-.
Con ese panorama había que reclutar gente foránea para tener quórum. Y aquí apareció, de la nada, un cuñao –que en principio nadie del grupo conoce- y que trajo en su furgoneta a un nuevo amigo: “Barna”, que así le bautizamos por venir de Barcelona. La verdad es que aguantó bastante bien para ser una etapa tan larga, hasta que “El Reventón” le cayó encima como una losa y tuvo que recogerle el aludido cuñao con la furgoneta. Ésta no sería la única incorporación.
Con el propósito de hacer una etapa tranquila, partimos poco antes de las diez los que no teníamos escusas para quedarnos en casa. Agrupados llegamos hasta el kilómetro ocho, camino de la subida de los eucaliptos. No hubo escarceos, nadie iba destacado, no había premio de la montaña, no había piques. ¿Qué pasaba?. Algo estaba cambiando. ¿Realmente íbamos a tomarnos la ruta como había dicho Orzowei “tranquilos y disfrutando del paisaje”, o como indicó Pitu “ritmo tranquilo, disfrutar de la compañía y no ir con la cabeza agachada todo el camino”?....
Ligero estiramiento del grupo hasta que llegamos a la sierra de los eucaliptos, donde Ángel decidió retirarse por problemas musculares. Fue aquí, en plena bajada, donde se sumó al grupo un nuevo miembro, David, que a pesar de no saber donde íbamos y de no estar acostumbrado a hacer tantos kilómetros, aceptó nuestra invitación.
Poco a poco nos fuimos acercando a las inmediaciones del río Guadámez hasta cruzarlo por el puente de ladrillos y piedras. Comprobamos que el caudal de agua era mayor que otras veces y que las numerosas lluvias de días anteriores habían dejado los caminos bastante encharcados y con mucho barro. Continuamos por una zona bastante sombría, entre eucaliptos, maleza y encinas y donde un camino estrecho, con numerosos charcos y piedras sueltas y una subida cada vez más pronunciada nos sacaría de los márgenes del río para acabar en la cumbre de un cerro labrado y despejada de vegetación, donde decidimos detenernos un momento para reagruparnos, tomar aliento e, incluso soltar líquidos.
Todos juntos de nuevo continuamos en busca de nuestro objetivo, la Sierra de Utrera. Una larga bajada nos lleva hasta la puerta de entrada a la Reserva de la finca La Pajosa I “creo que se llama así”, a las faldas de la misma Sierra de Utrera. Aquí el cambio de paisaje es radical. A través de cuidadas pistas forestales nos adentramos en un fabuloso pinar. Continuas subidas no muy exigentes y rápidas bajadas nos hacen disfrutar de lo lindo. Como íbamos bastante agrupados y en silencio tuvimos ocasión de sorprender a varios ciervos subiendo por las laderas y perdiéndose entre la maleza. Al verlos, mi deseo hubiera sido hacerles una foto. Otros hubiera disfrutado apretando el gatillo. Son distintas maneras de ver las cosas.
Eran ya bastantes kilómetros y tocaba pararse a desenvolver las barritas de muesli. Qué mejor sitio que un merendero en medio del pinar, como en otras ocasiones. Aunque esta vez nos sentamos en el brocal de una especie de piscina-abrevadero que había en las inmediaciones. Tomamos nota del sitio por si hacemos la ruta en verano. Mario, con su joven experiencia, nos sorprendió con un truco, según él muy útil, a la hora de mear: si no te la encuentras, muéstrale una navaja, verás que pronto sale. ¿Eh…?.
De nuevo en marcha, ésta vez con destino a “Bahía Cochinos”. Alguno apuntó que nos quedaban unos diez kilómetros hasta alcanzar la carretera del Valle. El río venía con bastante agua. ¿Qué haríamos? Pabli no estaba, ¿Se atrevería alguno a cruzarlo sin bajarse de la bici? Heroicidades las precisas. Me faltó medio minuto para quitarme las botas y los calcetines, arremangarme el maillot y subirme la bici al hombro. Ni el mismo Paco se hubiera atrevido a cruzar pedaleando. Cojones, ¡qué fría estaba el agua!. A mí me llegaba por las rodillas. Uno a uno fue cruzando y ninguno calló al agua, para desgracia de los que estaban apuntando con las cámaras de los móviles.
Todos en la orilla, al sol, colocándolos con tranquilidad el calzado. La sensación que experimentas en ese momento en los pies es de relax, pasas del frío al calor en unos instantes.
Un último esfuerzo antes de llegar a la carretera. Una subida larga y bastante exigente en el último tramo. Me recuerda un poco a la subida al Puerto de la Cabra desde el sur. Es decir, mucha piedra suelta, alguna que otra quebrada y camino estrecho. Aquí ya notábamos que las piernas iban flojeando un poco. David, el joven amigo que nos acompañaba –no creo que llegara a los veinte años- pagó su inexperiencia bajándose de la bici a mitad del ascenso. Nos comentaba que no estaba acostumbrado a estas subidas y mucho menos a hacer tantos kilómetros. También a Barna de costó lo suyo llegar arriba.
Nos reagrupamos de nuevo para enfilar el último tramo hasta la carretera, pasando por Bahía Cochinos, donde servidor apoyó en el barro la bota derecha hasta el tobillo. Mira que si me caigo en aguas fecales.
Veintitrés kilómetros de asfalto nos esperaban. Y la cuesta del Reventón también. Definitivamente la carretera no es para mí. Hasta pinché la rueda trasera después de un año librándome de cambiar una cámara.
Con la compañía de Lospi y Piolo, que se habían sumado a nosotros con sus bicicletas de carretera, (¿…?) tiramos pa casa. Lo que pasó a partir de ese momento lo desconozco, pues tardé muy poco en perder rueda, a pesar de que el ritmo era bastante tranquilo en comparación con otras ocasiones. En la retaguardia me acompañaba Barna, hasta que su cuñao le recogió antes de la cuesta del Reventón y David, que aguantó como un cosaco. Con el viento en contra y en solitario, a veces tenía la sensación de estar encima de la bici de spinning: no paraba de dar pedales y la bici no se movía. Con al menos un cuarto de hora de retraso llegué a Don Benito con respecto a mis compañeros.
Casi cuatro horas y más de sesenta kilómetros. La mayor parte del tiempo agrupados, con un ritmo razonable, pero que todo el mundo podía seguir.
Sinceramente, creo que intentar ser menos competitivos hará que disfrutemos más en las salidas.